Brebaje de penitencia, venganza o pasión
Antropólogos, historiadores e islamistas son incapaces de precisar el origen de la cínica expresión «matar judíos» como equivalencia a beber limonada, pero creen que simboliza las matanzas en las juderías de Santa Ana y San Martín por parte de cristianos ebrios
Marco Romero
Que ningún foráneo se asuste si un día de estos escucha por la calle que alguien se va a matar judíos, cínica y longeva expresión que no significa otra cosa que darse a la limonada. «Una limonada, un judío menos», dicen que decían de un modo simbólico los leoneses en las tabernas cuando conmemoraban una matanza antisemita, de esas que tanto se dieron durante la Edad Media en los barrios de Santa Ana y San Martín, antes en Puente Castro.
Pero lo que muy pocos saben, por no decir nadie, es su origen verdadero, puesto que no existe ni un sólo documento escrito que avale hipótesis alguna, sólo la tradición oral. Sin embargo, han sido muchos los investigadores que han intentado acercarse infructuosamente a la génesis de esta expresión que no se sabe muy bien si sólo se dice en León, desde antropólogos e historiadores de la Universidad de León hasta prestigiosos islamistas. Los datos disponibles componen un relato que debe tomarse como la limonada, con mucho cuidado.
Hacia 1320 empieza a difundirse por los reinos hispanos las acusaciones de que los judíos envenenaban el agua y profanaban hostias, imputaciones que empiezan a crecer considerablemente durante los años de la peste negra que asola Europa entre 1328 y 1350. Esas acusaciones quiebran una ya inestable convivencia entre judíos y cristianos en reinos como los de León y Castilla, donde se producen numerosos alborotos populares contra las juderías.
En esta época, el recinto de Puente Castro ya había sido destruido por castellenos y aragoneses (1196) y las juderías se encontraban en Santa Ana ( Castro Iudeorum o castro de los judíos). En este contexto, matar judíos empieza a recobrar un doble sentido para los cristianos. Llegada la celebración de la Pascua, todo exceso debía ser evitado. Se prohibía conocer bíblicamente al cónyuge, comer carne de animal alguno y beber brebajes que enturbiaran toda facultad de rezar. El día de Viernes Santo, cuando se conmemora la muerte de Jesucristo, los cristianos sólo veían un culpable y no era otro, claro está, que su conciudadano hebreo, quien precisamente había dado muerte al Señor.
Se vengaban armados con palos, guadañas, hoces, espadas y todo tipo de armas que cayeran en sus manos. Eso ocurriría cada año, por lo que las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas, deciden tomar cartas en el asunto para evitar las matanzas.
Empieza la permisividad Ya en fechas de recogimiento y restricciones, se permite la venta de cierta bebida alcohólica, pero más suave que el vino, en las tabernas de León. El brebaje se hacía con vino, azúcar, limón y agua. Se pretendía con ello que durante el viaje de la ciudad al barrio de Santa Ana, todos los que pasaran por las ventas se diesen a la limonada, el mejor relajante para desistir en la venganza. De este modo, por cada vaso que bebían, un judío que decían matar. Teorías bastante más malvadas aseguran que era precisamente el efecto de la limonada lo que llevaba a las hordas cristianas hasta Santa Ana para cargarse todo judío que encontrasen, también como gesto de venganza por la muerte de Jesucristo.
Cuentan, por otro lado en una interpretación muy particular, que la limonada recuerda aquel momento del Gólgota, cuando Cristo, agonizando en la cruz, exclamó: «Tengo sed». Fue el edicto de origen racial y de intransigencia manifestado por los Reyes Isabel I de Castilla y Fernando de Aragón, en 1942, el que enconó los ánimos de los cristianos, pero no impidió que los hebreos permanecieran en León hasta que el 11 de septiembre de 1609 un decreto dictado por Felipe III diera lugar a su expulsión definitiva. Es en este momento cuando otra de las teorías sitúa a la desvergonzada expresión de matar judíos. «Limonada que trasiego, judío que pulverizo», sería el comentario utilizado para hablar de una forma simbólica en los recintos tabernarios.
Hoy, el ritual no se ha abandonado; el de beber limonada en Semana Santa, vaya. Los más viejos hablan de una receta milenaria, de esas que pasan de generación en generación. Cada maestrillo tiene su librillo, pero limonada leonesa, leonesa, la que lleva vino, agua en su justa medida, limones, naranjas, higos, pasas, plátanos, canela en rama y azúcar, que con un tiempo de maceración da corporeidad al penitente caldo. Por litros o por toneladas Sanidad tiene prohibida, por razones de higiene, la venta de limonada casera. Pero son muy pocos los bares que se rinden a vender una bebida prefabricada, más aún cuando sus recetas centenarias suelen guardarse en el más absoluto secreto familiar.
Se calcula que cada bar puede vender en Semana Santa entre 800 y 900 litros de limonada, que se sirve a un euro el vaso. La señora María, de 80 años y propietaria por mucho tiempo de uno de los bares históricos del casco antiguo, sostenía que el mejor aliciente de la limonada es «hacerla con mucho tiempo y una astilla de roble».